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viernes, 3 de junio de 2011

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¿Han estado alguna vez al otro lado de la barra de un bar?
¿Han trabajado como camareros (digo con nómina)? (hay algunos cocineros con mala uva que les llaman transportistas) ¿han estado metidos hasta las cejas en la fiesta de su facultad? ¿han colaborado en el descanso del Cine Forum de su parroquia? ¿han estado situando la manguera de cerveza frente a las bocas sedientas de las fiestas de su pueblo? ¿han tenido que hacerse invisibles en una importante comida de estado? ¿han recorrido kilómetros dentro del chiringuito de la playa de ese verano memorable? ¿han servido unas bravas con una mano mientras con la otra sujetan el cigarrillo (mejor si es Ducados) que necesita desesperadamente unos golpecitos en el cenicero? ¿Han atendido a la llamada de unas palmas?
Entonces... sí, han estado alguna vez al otro lado de la barra. Y si es así sabrán que la linea imaginaria que divide los dos estados -el de cliente y el de servidor de ustedes- es como el espejo de Alicia; al otro lado hay un mundo maravilloso.
Para el cliente, ese que disfruta apoyándose sobre la piedra, la madera o el acero del mostrador, mientras refresca el gaznate, caza aceitunas con un mondadientes o se mantiene firme ante la venerada presencia de su Larios con tónica, para ese, hay tras la barra sirvientes o servidores de muy distintos colores.
Pero se han preguntado alguna vez ¿cómo ve un camarero a los clientes? ¿Cómo distingue entre el servilletero y el rodal de una cerveza a la que le llegó tarde el posa vasos, qué manos sujetan el vaso que da la alegría a su dueño? ¿Sabe el parroquiano de la tertulia del dominó de los domingos que al otro lado del burladero al que se acerca a por su café con gotas (de Magno) existe un ser que le vigila?
Si, dentro de cada barra hay un ser -al menos uno- que permanece al acecho. Ustedes pueden verle siempre dispuesto, servicial, amable y sonriente. Es una persona que escucha, que sabe lo que ustedes quieren, que entiende a quien tiene enfrente.
Y por supuesto que todas estas cualidades están presentes, más o menos, en la mayoría de los seres que pueblan el territorio del otro lado de la barra.
Pero además de todo esto está presente una disciplinada voluntad de clasificar a todo bicho viviente que se acerca al mostrador siquiera a por un humilde vaso de agua.
Sí, el ser de detrás de la barra, bajo su chaleco, tras su pajarita, detrás de la penúltima botella, oculta en un ladito de la cafetera, disimulada entre las copas, tiene, en algún recóndito lugar, del bar o de su mente, una lista de perfiles de clientes. Una catálogo de especímenes, un vademécum de comportamientos de parroquianos, un álbum de las imágenes más recordadas de esas horas de trabajo, una biblioteca de historias de personas.
Ahora vuelvo a hacerles la misma pregunta que al principio; ¿Han estado alguna vez al otro lado de la barra de un bar?
Si no han estado “al otro lado” el tiempo suficiente y con la mirada adecuada, entonces es inútil que hurguen entre sus pertenencias, que hagan uso de un bastoncillo para los oídos o que tomen pastillas para la memoria. Sepan que NO darán nunca con ese material que custodian los camareros.
Mas por azares de la vida, eme aquí que yo, ávido aventurero, he conseguido recopilar un sinfin de tipos de gente de de esos que habitan “a este lado de la barra”. No, no de los que tiran cerveza sino de los que se la beben. No de los que fríen la panceta sino de los que llenan su panza; tipos de clientes.
Y haciendo uso de mis facultades y de mi blog, aquí pienso compartir ese material con ustedes.
Próximamente conocerán el número uno de la clasificación. Es una especie muy común en la península Ibérica. El nombre vulgar con el que se conoce es: “¿Por qué dices tengo prisa cuando quieres decir tengo hambre?
Nos vemos en los bares.