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viernes, 30 de marzo de 2012

Un viaje contra el tiempo


Era verano. El penúltimo verano del siglo. Recuerdo que debía haber comenzado ya agosto cuando el motor Diesel de la que esos días sería nuestro coche-cama, arrancó rompiendo el silencio de una mañana de inmediato calurosa en la sierra Segoviana.
Cinco expedicionarios componían el grupo. Objetivo; alcanzar la linea 0 de un acontecimiento que la hemeroteca conserva para las generaciones venideras. El Eclipse total de Sol del 11 de agosto de 1999.
Por qué el camino nos condujo hasta Santiago, eso no lo recuerdo bien. Pero era año santo y tal vez eso nos atrajo hasta el “campo de estrellas” antes de emprender viaje hasta más allá de la ciudad de París. La linea 0 cruzaba de sureste a noroeste Europa y la ciudad de Reims estaba justo enclavada en esa linea.
Como cita la wiki “La zona de penumbra fue desde el Este americano hasta Asia central, la banda de sombra total, se vio sobre las 11 h UTC en Terra Nova, Cornualles, el Condado de Devon, el norte de Francia, el sur de Bélgica, Luxemburgo, el sur de Alemania, Austria, Hungría, el norte de Serbia, Bulgaria, el Mar Negro, Turquía, Irán, el sur de Pakistán, India hasta el Golfo de Bengala.”
Así, la costa cantábrica nos vio remontar el Camino de Santiago, sintiendo la extraña sensación de despreciar el cansancio de los miles de peregrinos a los que saludábamos desde la ventanilla. Pasando la noche en el alto del Naranço (quiénes lo conozcan sabrán lo enojoso del asunto) Despertando el día en medio de un mercadillo o descubriendo la playa de Zumaia.
Y llegamos a la frontera. En San Sebastián, justo antes de cruzar la linea, uno de nosotros terminó su viaje y volvió al centro de la península. Solo los años le dirían que los exámenes de septiembre no son razón suficiente para dejar a medias un viaje contra el tiempo...
E igualmente contra el tiempo cruzamos tierras galas hasta llegar al departamento de Ille de France. Llegar, ojear un poco esa ciudad a la que llaman París y continuar camino hasta perdernos en una lengua extraña entonces para nosotros. Un idioma que a nuestro entender se merendaba la mitad de las letras de cada palabra y a las que no se comía les daba de comer patatas cocidas o algo así y entonces se ponían gordas.
Algo impronunciable se escondía detrás de la sencilla palabra que nombra a la ciudad de Reims.
Así que dando vueltas por la Champaña creíamos que después constatar que no habría aventureros tan fugaces como nosotros, íbamos a llegar tarde a esa cita con la noche a medio día.
Por fin a eso de las 10 de la mañana rondábamos las calles de la ciudad, que se había vestido de largo para cuando el cielo se escondiera tras las estrellas.
Frente a la catedral de Nuestra Señora de Reims, una cantante de ópera esperaba a la oscuridad.
Y de pronto, sin que nada sugiriese que podía ocurrir, en pleno día anocheció. Ante nuestros ojos, como si estuviera previsto las farolas, los escaparates, se encendieron para iluminar como cada noche. Las palomas buscaban su dormitorio. El viento, desprevenido corría a su lugar para que hubiera atardecer, pero ya era noche cerrada. Se prendieron las estrellas, la opereta cantaba, cayó la temperatura... Y este párrafo solo se puede cerrar diciendo que el velo del templo se rasgó en dos.


Fue un viaje curioso. Fugaz, como las estrellas. Fugaz, como el eclipse. Fugaz, como el cuentakilómetros.
Al día siguiente la noche, la de verdad, nos esperaba en nuestro final del viaje; el que había sido nuestro principio.
Junto a la furgoneta que nos había dado cobijo esos días fugaces de aventura, sobre la arena del suelo nos dormimos. Al despertar esa mañana volvimos de nuevo a los días que tienen veinticuatro horas. Volvió el tiempo a ser el que era.

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Para quién fueron escritas?

A eso de caer y volver a levantarte,
 de fracasar y volver a comenzar,
 de seguir un camino y tener que torcerlo,
 a eso, no lo llames adversidad,
 llámalo Sabiduría.
 
A eso de estar triste y saberte impotente,
 de fijarte una meta y tener que seguir otra,
 de huir de una prueba y tener que encararla,
 de planear un vuelo y tener que recortarlo,
 de aspirar y no poder
 de querer y no saber
 de avanzar y no llegar,
 a eso, no lo llames castigo,
 llámalo Enseñanza.

A eso de pasar días radiantes,
 días felices y días tristes,
 días de soledad y días de compañía,
 a eso, no lo llames rutina
 llámalo Experiencia.

A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan
 y tu cerebro funcione y tus manos trabajen
 y tu alma irradie y tu sensibilidad sienta,
 y tu corazón ame,
 a eso, no lo llames poder humano,
 llámalo Milagro.

                  -  Ana María Glower

Cayeron esta mañana en mis manos estas palabras. Juan las recitó y los demás escuchábamos.

Para quién fueron escritas, no lo sé. Me sentiría honradísimo con que la señora Glower tuviera la amabilidad de darnos esa respuesta. Estoy seguro, no obstante, de que ella las escribió para alguien pero también para cualquiera que las escuchara. No que las oyera sino que las escuchara.

Y al oírlas salir de la boca de Juan y mientras hacía por entender el significado de cada palabra, aparecían en mi mente las caras de personas que querría que las escucharan. Con todos los sentidos. Por eso aquí os las dejo.