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viernes, 27 de abril de 2012

Último domingo de adviento de 1511; Isla de La Española


MONUMENTO A MONTESINOS. SANTO DOMINGO. DETALLE.
Allí subió al púlpito el más joven de su comunidad, el dominico Antonio, a leer el sermón del domingo. Acababa de proclamarse el evangelio. La Iglesia llena de fieles, Colón junior en las primeras filas. Otros encomendadores y autoridades de la colonia, allí presentes. Los dominicos, llegados apenas hacía un año, habían ya observado, rezado y meditado lo que desde aquel altar iban ahora a decir, para escándalo de los congregados.

Y Fray Antonio comenzó su exégesis del evangelio que acababan de escuchar; Voz que clama en el desierto, preparad el camino al Señor...

«Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír». «Esta voz [os dice] que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo».

Dicho esto hubo toses, culos incómodos en sus asientos y malas pulgas por las telas de tan coloniales sayas.

Le estaban diciendo a todo un conde, al virrey, a un duque, a un sastre, a un algodonero, que esos animales que andaban por ahí extrayendo oro y otras menudencias tenían alma. Semejante disparate solo podía salir de la boca de un cura. Ya se sabe, los curas.

Habría que hablar con los muy católicos Ysabel y Fernando. Poner las cosas en su sitio y que los dominicos se fueran por donde habían venido.

Cómo continuó esta historia, podéis buscarlo en las crónicas de Fray Bartolomé y en los libros que hablan de la escuela de Salamanca. Afortunadamente los dominicos se quedaron en La Española.

Han pasado 501 años, que total no es nada, y aparecen por todas partes pollos que vuelven a decir cosas parecidas a las barbaridades que decían y hacían aquellos conquistadores. Que dudaban de si a un natural de las Antillas le dolía el píloro cuando no tenía que comer y había trabajado de más en la mina.

No tengo la autoridad que Fray Antonio Montesinos se ganó a base de exponer su vida para denunciar el sufrimiento de su vecino.

No la tengo, pero me da un poco de vergüenza vivir en una tierra que no es tierra de acogida. Vivir en una tierra no es tierra de fraternidad. Que ha hastiado todo lo que tenía a base de borracheras de poder. Y ahora que ya no le dan más crédito para el poder ni para las borracheras, ahora, le dan a la rueda de hacer Reales-decretos-leyes y detestan así a gente “irregular” sólo para menguar la cuenta de gastos, que se hace insoportable, después de haber malcriado a su población, con infinidad de deseos “convertidos” en derechos.

Tanto cansarse Fray Antonio y sus hermanos en la fe gritando que aquellos también tenían alma, para encontrarse que es aquí donde unos cuantos pollos gobernantes se empeñan en tener más plumas que alma, con tal de que nos quedemos como estábamos.