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viernes, 18 de mayo de 2012

El momento más vulnerable

Somos fuertes. Somos empresarios, curritos, parados, labradores, filósofos, pescadores, pescaderos, directores de fondos monetarios internacionales, ladrones, temporeros de la uva, equilibristas, bachilleres, presos, pilotos de lineas comerciales, trashumantes, capitanes de barco o conductores de un John Deere. 
Pero llegan las diez, las once, la una de la noche. Y llega nuestro momento más vulnerable. El del sueño. El de la noche, para quien duerme de noche. 
Somos frágiles, pero no hay un momento en que seamos más frágiles que durante el sueño. 
¿En qué estado se sume uno cuando duerme? No se sabe con certeza. Pero uno no está del todo en este mundo. Está en el mundo pero ajeno a él. Por esta desnudez máxima a la que nos exponemos cada vez que logramos conciliar el sueño, tomamos medidas aquí y allá. 
Hay alarmas, hay candados. Hay llaves, puertas, rejas, cámaras. Pero nosotros seguimos durmiendo y si nuestro bunker falla, somos extremadamente vulnerables. 
En la otra vida, en la que vivimos despiertos durante las horas de luz, aparentamos una fortaleza que la noche nos desarma por completo. Por muchos cerrojos que cerremos, dormir es un acto de absoluta confianza en el mundo que nos rodea. Entregarse a la inconsciencia del sueño es un acto valiente. 

Y en muchas ocasiones, aunque no siempre sea así, compartimos con alguien esas horas de máxima debilidad. De indefensión absoluta. Alguien bajo nuestras mismas sábanas o alguien en el cuarto de al lado. Alguien a quien elegimos, alguien que nos elige, alguien que no elige estar con nosotros... 

Uno empieza esta vida generalmente de niño y poco a poco lo va dejando para hacerse adulto. Antes o después decide, adivina, intuye que debe buscar un nuevo lugar donde pasar la vulnerable noche. 
A partir de entonces, de esa primera noche nueva, debe volver a confiar en el mundo que le rodea porque aquel lugar dónde la noche era amable junto a sus papás ya ha sido superado. 
A partir de entonces su imaginación deberá tejer nuevas razones para entregarse a ese oscuro entorno que le rodea cada noche. Y escogerá también a alguien con quien pasar de la mano el momento más vulnerable.

domingo, 6 de mayo de 2012

Mondo y lirondo


Si lo curioso de todo esto es que no es una fábula, un cuento. Es que es algo que existe en la vasta planicie castellana. Existe. Un pueblo arrinconado entre las arrugas de la vejez de esa planicie. Pero a decir verdad el rincón es bonito. Debe ser esa imperfección que aporta belleza al conjunto o algo así. Que todo podía ser liso, cuadrado y de un solo color. Así sería perfecto pero no sé yo dónde estaría la belleza.

El caso es que por entre uno de esos dobleces de la vida estaba este pueblo. Minúsculo pueblo respirando difícilmente como un pececito cuando lo sacas de la pecera. Que sabes que es sólo un momento y lo vas a volver a meter pero el pobre pez respira intentando encontrar oxígeno en el aire de su alrededor, que lo hay pero no con lo burbujeante del agua. Bueno dejemos al pez. El pueblo así, como sin poder respirar bien, porque casi no hay quien se quede dentro de casa a las cuatro de la tarde. Por aquello de la solanera. Ni dentro ni fuera. Es que no hay nadie. Casi. Es como un hormiguero vacío. Como una casa cuando todos se han ido de vacaciones a la playa.

Pero aun quedan personajes. Que se diría que es como una representación teatral. Que nos hemos quedado sin presupuesto y hay que recortar un poquito el reparto. Eliminar personajes de la obra y que alguien haga de padre del duque y también de guardia del rey, de esos que no dicen nada en la obra pero que se llevan arrestado al hijo del pobre sastre que desea conquistar el corazón de la hija del duque; Rosalinda.

Pero dejemos el teatro. Aun hay vida en el pueblo. Y como tal es tan viva como cuando cientos de almas lo poblaban. Ahora, la verdad, cientos de almas lo pueblan. Pero imitan esa fea costumbre de las grandes ciudades y se han hacinado todas en el mismo lugar. El cementerio.

Y los que han decidido esperar para mudarse allí, son los que dan vida hoy al pueblo. Son los que, si, a las cuatro de la tarde de julio ni se asoman por la plaza porque están en su salita de estar reposando un poquito. O son los que se lanzan hasta la umbría del bar y se encaraman en la barra junto a una cervecita, un vino, un Trinaranjus, unas aceitunas. Y que así siempre encuentras a alguien y puedes continuar con otra cervecita, otro vino, otras aceitunas. Y si el crío se ha venido, otro Trinaranjus.

Son también los que por la mañana, con la fresca, si el día promete y no hay ganas de lluvia, se van ahí-en-eso, a donde tengan sembrados unos pocos tomates, unas cebollas, unas patatas. Que también hay que mimar a los tomates, vigilar el tallo de las cebollas y remover alguna patatica. Que siempre hay hierbajos que arrancar. Estúpidos intrusos que entretienen y pinchan y confunden.

Repasemos. Está... ¿por dónde empezamos? Antaño estaban las autoridades del pueblo. Cura, Alcalde y Guardia Civil. Luego estaban otras autoridades, digamos culturales. El maestro de escuela, la maestra, el tonto del pueblo, el rico del pueblo, el sacristán. Seguimos con los cargos mas populares. La fresca del pueblo, los quintos, los ancianos, los mozos, los monaguillos. En algunos lugares habría que sumar ese extraño personaje que vive un poco fuera del pueblo y sobre el que pesa un castigo de marginación. 

¿Lo ves? Demasiados personajes. Hay que reducir un poco. Creo que este es un libreto antiguo. Una obra clásica de esas que no había quién las representara porque no habría quien las viera.

Bien, pues empecemos por arriba. Por arriba de este pueblo está el señor alcalde. El alcalde de este pueblo no es como los demás. No lleva tirantes, ni barriga ni puro gastado en la comisura de los labios. Tu ves a la gente del pueblo un día cualquiera, por ejemplo a la salida de misa y por más que hagas fotos, no puedes saber quién es el señor alcalde. Va de incógnito. Pero ha reconstruido de nuevo el Ayuntamiento. Luce ahora banderas, tablón de anuncios y de nuevo, por las calles, hay carteles que anuncian disposiciones del consistorio. Lo que pasa es que no hay pregonero pero bueno. Él es el pregonero. Digamos que, se ha empeñado en echar de nuevo el pececito al agua, a que respire aliviado otra vez. Digamos que hace de alcalde. Que se ha estudiado bien el papel.

Atiende los jueves. Y lo que más atiende son solicitudes de licencias de obras para casas de domingueros. Pero todo se andará.

Y tiene un firme empeño, aparte de resucitar al pueblo. Dejarlo todo mondo y lirondo. Por eso existe una concejalía especial, administrada por el concejal de Mondos. Si, si. Concejalía de Mondos, lirondos y caminos. Ardua tarea la suya. Devolver a la tierra su juventud. Hacerle un tratamiento antiedead, de esos que anuncian en la tele. Que todo quede liso, con lineas armoniosas. Que los árboles obedezcan al camino y lo custodien marcialmente. Que no dejen caer sus hojas al capricho del viento. ¡Y que el viento no tenga tantos caprichos! Que los arbustos no tengan afán ni ambición y ninguno quiera ser más alto que otro. Que las piedras, en su quietud, en su meditada dureza, no acampen por los baldíos a su antojo. Que entiendan de aritmética, de proporciones, de perspectiva. 

Que el agua corra, abunde si quiere. Pero que en su carrera no arrastre con falsas esperanzas a esos ilusos granitos de arena. A esas hojas secas, cansadas. A esos animalillos que dejaron de vivir a sus orillas.

En una palabra. Que todo esté mondo. Que así quede, se mantenga y prospere.
Más que la repoblación, el agua o la concentración, el concejal de mondos ha de velar por la integridad del paisaje. Por el equilibrio del ritmo de la naturaleza en el término municipal de su amada aldea...