En 2020 todavía nos quedarán 5 años para terminar de pagar la deuda de armamento contraída "ayer " por España. ¿Te apuntas?

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una niña asustada

El otro día veíamos las noticias mi mujer y yo. Como es habitual en la sección de noticias nacionales aparecía el señor presidente del gobierno hablando sobre una cosita y después el otro, el de la oposición, refiriéndose a la misma cosita. Hasta aquí nada nuevo ¿verdad? Uno suele decir negro y entonces el otro blanco. Siempre es lo mismo. Pero llamó ella la atención sobre algo en que yo no había caído. Dijo que parecían un matrimonio divorciado. Esa imagen que tenemos todos en la cabeza. El marido pone verde a su ex-señora y viceversa. Que si quiere el coche, que si la mitad de la casa es mía, que si no es cuestión de dinero, es por dignidad... en fin, toda esa serie de lindas joyitas que uno puede tener la desgraciada ocasión de escuchar de ese que era su compañero para la vida. 
 
Hasta aquí tampoco nada nuevo ¿verdad? Aparentemente, nada nuevo. Sin embargo hay algo similar entre estos dos “políticos” (¡hay tanto intrusismo en esta profesión...!) y ese matrimonio roto por vete tu a saber qué. 
 
Porque seguimos esa escena en que la pareja anda ahí discutiendo, en el salón de su casa, por cualquier menudencia que ha colmado el vaso y que ha llevado a otras menudencias cada vez menos menudas. Lo vemos, como en una película en el cine; anónimos espectadores. Vemos como el objetivo, que encuadra a la pareja, se aleja lentamente. El campo de visión se amplía y aparecen en escena lámparas, muebles, llaves de un coche y otras chucherías por las que discutir. El encuadre se hace cada vez más amplio y al final, tras el quicio de una puerta, vemos aparecer algo distinto a todo lo demás. 
 
Allí, en el límite de la pantalla de nuestro cine imaginario se apoya contra la puerta el cuerpecito de una niña que escucha, atónita, discutir a sus padres por primera vez. Les ve sin ser vista, también casi anónima ella. Les escucha con dolor porque no discuten para arreglar el averiado invento de ese matrimonio. Discuten porque ni siquiera saben repartirse las migajas de ese invento que se rompió por falta de cuidados. 
 
Ya no vemos en nuestro cine imaginado a la niña. Ya no podía escuchar más. Ahora se va por el pasillo que está a media luz. Así no se ven dos o tres lágrimas que caen por sus mejillas. Ahora no sabe en qué pensar. No sabe qué hacer. Sólo se ocupan de sí mismos. 
 
Y esos otros, parapetados en ruedas de prensa y escaños del congreso, ponen de vuelta y media al que antes estaba en su lugar. Tienen que representar un papel que es el de oponerse al otro y literalmente lo hacen. Pero mientras practican este nefasto deporte, desde el quicio de la puerta del país una niña pequeña y asustada les mira, preguntándose por qué discuten por todo menos por ella. Por qué ni siquiera discuten ya sobre dónde estará mejor su niña. 
 
Esa niña un poco malcriada, un poco inocente que se llama España tiene por padres un par de tipos (o un par de docenas) que no quieren construir juntos. Que no quieren empezar de nuevo. Que hace tiempo se zambulleron en el cenagal de los insultos y ya no saben salir de ahí. 
 
Será un poco malcriada, será uno poco inocente. Pero si esa niña tuviera ante sí a unos papás con autoridad; con la que da el sufrimiento; Superar las dificultades aceptando el sufrimiento y no con la piel bronceada ante las cámaras de televisión. Si así fuera, esa niña pensaría “¡qué padres más majos tengo! Lo están pasando mal para que yo no lo pase demasiado mal. ¡Se preocupan por mi y me quieren!” 
 
Y es incluso posible que la niña, ya menos consentida e inocente, se acercara a sus padres y les preguntara “¿Qué os pasa? No estéis tristes. No necesito más cereales para desayunar.”