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viernes, 22 de febrero de 2013

Me cambio de Coca - Cola (Visite nuestro bar III)

Madrid. Última década del pasado siglo. Estamos junto a la barra de un bar–restaurante cualquiera. Hemos entrado ahí, como cada mañana, a tomarnos un bocadillo de lomo y queso y una caña. Todo está en orden. Junto a la entrada la máquina tragaperras, sin nadie que la atienda, emite musiquitas de vez en cuando. Sobre ella un televisor bien grande da el programa de salud de todas las mañanas. Son las once o las doce. Algunos de los habituales en la barra o en las mesas. Los desayunos hace rato que terminaron y los camareros se afanan en recoger antes de que llegue la gente que hace un descanso, como tú que has entrado a tomarte tu bocata. Y a prepararlo todo para el menú del día. 
Pero la puerta se abre. Entra un señor. Vestido con pantalón azul oscuro con sus brillos. Chaqueta también azul muy oscuro y en el bolsillo bordado el logo de una famosísima marca de refrescos de cola. Ha llegado el preventa. Ese hombre que recorre todos los bares de su zona, día tras día, y anota en su libreta lo que al día siguiente se convertirá en una columna de cajas de refrescos en tu almacén. 
Pero hoy no va a ser el día de suerte del hombre de los brillos. Porque detrás de la barra el ambiente está que echa humo. La semana anterior se había cometido un error en el pedido y los almacenes del bar–restaurante están bajo mínimos. Además el repartidor dijo que no se iba, aunque el pedido estaba mal, mientras no cobrara. Y uno que tira, y otro que afloja. Y había transcurrido la semana y de nuevo llega el preventa, con refrescantes intenciones y nada más entrar y acercarse a la barra aparece una mujer detrás –la cocinera- que le dice que no se qué, que no se cuánto y que a que vienen esas exigencias y por fin, para entretenimiento de los parroquianos allí concurridos, suelta la frase que da título a esta entrada. ¡Me cambio de Coca – Cola! 

Qué pensó el preventa, no lo sé. Aunque puedo imaginarlo. Pero aquí no se dicen palabrotas. Qué pensaron los clientes, lo ignoro. Pero el caso es que el tema daba de sí para comentarlo dos días más. Pero lo que tu piensas, ahí, tan cerca de la tragedia y con tu lomoqueso entre las manos, es si has oído bien o no. 

Señora, qué quiere que le diga -dice el antedicho preventa- yo no puedo hacer nada, pero usted verá... 

Hay nervios e improperios que no salen de los labios. Hay miradas. Hay silencio entre las mesas donde hasta hace un momento se hacían conversaciones. Cejas arqueadas, manos sudorosas. Se discute, se sofocan. Se escucha al doctor Sanchez-Ocaña dar consejos por la tele. Y al final el preventa se va. El caso es que se va. La cocinera vuelve a su cocina. Y tu, que arrugas la servilleta después de haberle dado el último mordisco a tu bocata, lo has visto todo. E ibas a pagar pero te esperas, no vaya a ser que te pierdas algo. 

Por fin, cuando las aguas han vuelto a su cauce y la vida sigue tras el espectaculito, una cabeza tímida y temblona se asoma por la puerta del pasa a la cocina. Es el camarero el que se asoma y le dice a la cocinera, aún sin aire; 

Pero mujer, como le dices eso. ¿No ves que no hay más tu tía que seguir con estos? ¿Que no hay otra Coca-Cola? 

¿Cómo que no hay otra Coca-Cola? 

Que no la hay, como lo oyes.

sábado, 9 de febrero de 2013

Está todo decidido

(Hoy he visto las noticias y ya está todo decidido. Hace unos meses que tenía pendiente una entrada con este tema. Hoy ya está decidido. Ya puedo hablar.)
Veía en la pantalla del ordenador al presidente de casualidad de nuestra comunidad autónoma en rueda de prensa conjunta con un pollo yanqui. Este pollo era el representante de la empresita que montará en los eriales de Alcorcón un complejo estupendo de juego, hoteles y demás cosas que luego vendrán, fundamentales para el ser humano. 
Ya lo han pensado ellos dos y ya está todo dicho así que nada. Esto va a ser un no parar de puestos de trabajo. ¡Qué bien! 

Pero de pronto me he sentido en la piel de otro. Me he sentido en el pellejo de un joven de Abidjan viendo llegar los contenedores de la Nestlé para llenarlos de cacao y largarse. He pensado que era un chico de Mato Grosso al borde de la BR163 contemplando hermosos campos gigantescos de soja de Maggi donde antes había selva... 
Me imaginaba que podía ser un tipo de Bukavu y ganar diez dólares a la semana por rascar un poco de Tantalita para tu estúpido Apple. 

He visto que por fin, merced de las estupendas cifras de paro y demás calamidades que sufre nuestro país, ingresamos en el círculo de esos lugares en el mundo en que un pollo llega y dice lo que hay que hacer y a los que estaban allí parece que les parece todo bien. Ya estamos en la estela de Costa de Marfil, Brasil o la República Democrática del Congo. Ya tenemos el orgullo de ver desfilar millonarios en nuestras tierras con poder para cambiar las leyes y que se cumpla su voluntad. 

Y si me he sentido en otra piel ha sido por sentirme como ellos, víctima de un par de estúpidos que pueden decidir hacer tal o cual cosa por el bien de sus bolsillos y venderlo como puestos de trabajo. Y eso está estupendo. Es estupendo porque crea empleo. Da igual que sea discutible la moralidad o la legislación en el negocio de Las Vegas Sands, como da igual que Cargill tale el Amazonas para plantar su desgraciada soja y alimentar los pollos de McDonald's. Da igual que se pudra el cacao de los productores de Costa de Marfil porque Nestlé revienta precios con su propia producción en tierras robadas. Y da igual que tengamos más dispositivos electrónicos de los que necesitamos, pero en el río Kivu haya tantos muertos como muertos resultan de la extracción de un kilo de coltán, entre unas cosas y otras. 

Y es que es cierto; si siempre nos ha dado más o menos igual todo eso que sucede lejos de aquí, ahora, ha de darnos igual lo que nos expriman por unos cuantos miles de empleos. Debemos seguir tranquilos.

sábado, 2 de febrero de 2013

Alto jornal

Así se titula el poema que he recordado cuando volvía hoy de trabajar. Hecho un guiñapo y disfrazado de loncha de panceta, incluso así, era capaz de pensar en cosas bellas.

Así que como al llegar a casa lo he releído quería compartirlo con ustedes.
Hoy, precisamente viernes.

Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.

Claudio Rodríguez