En 2020 todavía nos quedarán 5 años para terminar de pagar la deuda de armamento contraída "ayer " por España. ¿Te apuntas?

jueves, 27 de diciembre de 2012

En la frontera

Hace unos días vi, como por casualidad, un dibujo. Era un graffitti, creo. Era un dibujo, fuera cual fuera la técnica, impactante; La escena es nocturna y a la luz de la estrella se dibuja un desierto. A un lado están José y María -aún encinta- y aunque están representados de camino hacia el fondo del dibujo, se observa que están detenidos, no parados. Al fondo la estrella brilla sobre Belén. En el centro se alza un muro de hormigón. El de la franja de Gaza. 
Qué está pasando allí, no lo sé. ¿Es muy diferente la violencia que se respira allí de la que encontró Jesús en su tiempo? Tampoco lo sé. 
No tengo la menor idea de lo que pasa entre Judíos y Palestinos. Porque no estoy allí para sufrirlo. Pero me resulta fácil, sin embargo, hacer un juicio de unos o de otros, según se tercie, en una u otra conversación de barra de bar. 
Y me resultaba también sencillo imaginar lo inhabitable que tiene que ser aquella tierra, con fronteras tan violentas. Tan duras. 

Después mi imaginación voló de nuevo aquí, a tierras hispanas. ¡Qué diferencia, chico! Aquí las fronteras están casi, casi de adorno. En los pirineos un gendarme y un guardia civil jugando al tute y en el sur el Frontex, haciendo de las suyas para que no llegue nadie “ilegal” -con este eufemismo nombran a quienes estorban a esta agencia- . 
Y me preguntaba, por qué aquí, que parece que todo está casi en calma, parece que también hubiera de esas fronteritas hormigoneras. 
Y me respondía. Vaya si me respondía. Me respondía andando por la calle. Sin ir muy lejos. En una charla con amigos. En un café de lunes. En las letras del periódico. ¡Ya encontré nuestras fronteras! 
Muy poca gente atravesaba esas fronteras, me pareció ver. Cada uno andaba dentro de su reino; el de sus iguales. Y nada más. ¿Sentarme con un ateo? ¡tu estás loco! ¿escuchar a uno del Madrid? ¡Ni lo sueñes! ¿hablar a uno del sindicato? ¡Venga hombre, no voy a perder yo el tiempo! 

Y sin embargo, la intuición y algo más me dice que sólo quien se sienta al borde, quién sale de su madriguera y escucha la respiración de otras gentes, puede llegar a saber qué lugar ocupa su ombligo en el mundo. 

¡Feliz Navidad!
AGRADEZCO EL USO DE ESTA IMAGEN A SU AUTOR

domingo, 25 de noviembre de 2012

Gente de fe

Visto lo visto, no hay duda de que somos personitas de fe. Creemos en todo lo que nos digan. Especialmente si sale de algunos sitios. Las letras del periódico son sagradas y las noticias de las nueve un hito necesario en el día para saber toda la verdad.
De vez en cuando nos enteramos de que un científico, con su bata, sus gafas y sus años y años de investigación, ha descubierto que el átomo se puede trocear todavía un poco más. Pero dime ¿tú lo has hecho en casa? Compraste una caja de cereales y detrás te explicaban cómo partir un átomo, con la ayuda de tus padres ¿verdad? Así que como aquel científico lo descubrió, tu te hes puesto a ello también y has visto que es verdad ¿no?
No. Lo cierto es que no.
Basta con que te digan que hay partes más pequeñas que el átomo y lo acompañan con unos esquemas, y tu dices pues sí. Que te hablan de que en el centro de la tierra hace un calor de mil demonios y lo dibujan de rojo incandescente. Pues claro. Que comentan que en Alemania hay trabajo. Dónde si no. Que el ártico se derrite. Se derrite, claro está. Que en Afganistán hay muy mala gente escondida debajo de las piedras. Seguro. Que dicen que en España sólo hay un 30% de fracaso escolar. Nada más. Seguro. Que la economía se empieza a recuperar. ¡Si lo noto hasta yo!

Así que no me lo podéis negar. Nuestra fe es inquebrantable. Con que nos lo cuenten lo creemos.
Sin embargo, y esto es lo curioso, hay algo que no terminamos de creernos. No nos convence del todo eso de que haya un Creador de todo esto. No tenemos problema en tragarnos verdades y mentiras como puños. Verdades y mentiras que están aquí, a nuestro alcance. No queremos asegurarnos de si un electrón existe o no realmente. Nos vale con creer porque necesitamos creer...
Pero a ese Otro. Ese es otra cosa. Y le exigimos mil pruebas de su existencia y estamos para arriba y para abajo con que si existe o si deja de existir... Y como no se molesta en demostrárnoslo. Nosotros, a dudar.

Así que mi conclusión es que somos raros. Usamos la fe para lo que no hace falta fe y se nos ha gastado cuando más tendríamos que usarla.
¡Incorregibles!

sábado, 3 de noviembre de 2012

Algo que decir

Cuando empecé a andar por este mundo que no existe más que en las placas base de unos ordenadores que no sé dónde estarán, Cuando empecé este blog, lo hice con mucho temor. 

Temor por cada palabra que escribo cada vez que escribo. Temor a hacer daño a alguien con mis palabras y temor a faltar a la verdad. Aunque sobre verdades está el mundo lleno. Temor también a no cuidar la libertad de expresión que debemos compartir. 

Haciendo un paréntesis, visto lo visto, al ponerle apellidos a la libertad (de expresión, en este caso) parece ser que diluye el significado de la primera palabra; Libertad. Y yo crecí aprendiendo que mi libertad acaba donde empieza la del otro. Parece que a la hora de escribir y publicar en general, eso no hace falta tenerlo en cuenta. 

Pues bien. Hablaba yo del temor a fallar en cada palabra que escribo por estos lares. Que el mundo está lleno de personitas que lo querrán leer y he de tener mucho cuidado. 

Y confieso que si, que en este 2020 mio escribo lo que se me pasa por la cabeza o por el corazón, según se tercie y en gran medida puede que no le interese a nadie más que a mi. Que si, que no tengo más objetivo con este lugar que hacerlo por placer y por aprendizaje. 


El caso es que más allá de este objetivo utilitario que acabo de mencionar, lo comencé y lo hago porque creo que tengo algo que decir. En realidad, como cualquier hijo de vecino que se mire un poco las entrañas y le pique el gusanillo. Y yo, que pisaba las teclas de mi ordenador como si fueran tierra sagrada al formar palabras, frases, entradas en este blog, me encuentro con que, sin embargo, la prudencia puede muy bien brillar por su ausencia en cualquier rincón. 

Que igual que al parecer está permitido desbarrar ortográfica y gramaticalmente en toda comunicación que sea tecleada, hemos dado un paso más. Ahora también está permitido cometer todo tipo de faltas de prudencia, juicio y belleza, al hacer un blog, una página o tan sólo un miserable correo. 

No se si he sabido volcar en estas palabras mi tristeza y mi enfado al encontrar cosas así una vez más. Pero para no dejaros también enfurruñados y por no citar esos lugares que he encontrado (por indicación de algún amigo o por un correo en mi buzón) y que me parece que no son ni prudentes, ni respetuosos, ni bellos, si quiero invitaros a otros lugares que me parecen dignos de ser visitados, al menos de vez en cuando. 

Y por último una invitación. Quien sienta que tiene algo que decir, que sepa que no lo puede decir de cualquier manera ni en nombre de cualquiera. Por amor al Arte.

jueves, 1 de noviembre de 2012

El día de difuntos de 2012

El viento que limpiaba el cielo esta mañana nos acompañaba en nuestro camino hacia el cementerio. El día estaba claro. Claro día de otoño que envuelve fríamente todo. No nos arrojaba a la calle una súbita melancolía como a Mariano en 1836. Ni el cielo oscuro y sombrío se cernía sobre nosotros. No era pesimismo lo que veíamos entre los mármoles. No estamos en 1836 sino en 2012. Una linea de autobús atraviesa el camposanto y la policía municipal ordena la entrada y salida de coches y peatones. El interior del cementerio parecía un mercadillo de flores y sepulturas perpetuas. 

Pero nada ha cambiado. Llegamos hasta el cuartel 251 del cementerio. Allí, sobre lápida de granito, las letras que forman sus nombres son la última certeza física de que nuestros muertos estuvieron con nosotros. Y para nosotros, aún lo están. 


Esas letras metálicas, más perdurables que la carne y el hueso, son la conversación inacabable con los que nos han precedido. No en la impersonal historia de la humanidad, sino los que nos han precedido en nuestra mesa camilla, en nuestra cocina. En nuestras navidades. En nuestros aniversarios. En nuestras películas de Súper 8. 

Esta gente, que se va haciendo humus bajo un espacio lleno de hermosas esculturas, románticas hiedras, forma parte de la misma historia que formamos nosotros. Somos herederos de su vida. No de sus casas ni de sus ahorros; de su vida. 

Al fijar la vista sobre estas letras que hablan de personas y de fechas sobre una piedra arrancada a la montaña, uno piensa que más que origen de alguien es fruto de alguien. Somos hijos. Todos lo somos. 

Pensaba también que yo terminaré algún día en este mundo siendo letras metálicas sobre ese granito de la sepultura familiar. Recuerdo a mis antepasados; lo que puedo recordar de ellos. Pienso que han sido maestros para los que íbamos después y me pregunto ¿y ahora yo? 

Pienso en las ocasiones en que me he enfrentado a ser maestro, modelo de algo, y solo puedo ver claramente que no soy más que un instrumento. Una herramienta en el exacto equilibrio de su uso. Que soy una sola letra en el texto negro sobre el blanco de la página de un libro. Que confundir ser padre con ser modelo es querer ser herramienta, mano y obrero. Ser letra, capítulo y autor al mismo tiempo. 

¿Así que, si voy a acabar ahí, solo debo dar a mi pequeño techo, comida y amor hasta que acumule reservas suficientes para valerse por sí mismo? ¿Soy sólo su Cicerone? 

Si no puedo ser más modelo que la casualidad de mi vida. Pero no soy tan solo su tutor, su niñera, ¿Qué soy? 

Viendo este mar de lápidas, ¿seré solo parte de esa cadena que empezó al principio del tiempo? Si sólo fuera un eslabón de esa cadena, lo más precioso entonces es el eslabón que me precede y aquel que ahora va después. 

Pero ¡qué curioso, qué inútil, qué maravilla! Somos parte de una tensa cadena que no amarra más que a sí misma. El Autor de esta divina idea que no sirve para nada más que para prolongarse y ser, ha querido hacernos así, no como un pasatiempo, sino para tener dónde fijar su mirada. 

Ser padre debe ser empezar a querer que la gloria del nombre de uno no dure más que sus huesos. Ser solo herramienta en el exacto equilibrio de su uso. 

De Mariano y su melancolía ya hablaremos en otra ocasión. Hoy es día para acordarse de la vida y mirar con perspectiva el pasado, para ver el futuro con mejores ojos con que lo vió Mariano.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una niña asustada

El otro día veíamos las noticias mi mujer y yo. Como es habitual en la sección de noticias nacionales aparecía el señor presidente del gobierno hablando sobre una cosita y después el otro, el de la oposición, refiriéndose a la misma cosita. Hasta aquí nada nuevo ¿verdad? Uno suele decir negro y entonces el otro blanco. Siempre es lo mismo. Pero llamó ella la atención sobre algo en que yo no había caído. Dijo que parecían un matrimonio divorciado. Esa imagen que tenemos todos en la cabeza. El marido pone verde a su ex-señora y viceversa. Que si quiere el coche, que si la mitad de la casa es mía, que si no es cuestión de dinero, es por dignidad... en fin, toda esa serie de lindas joyitas que uno puede tener la desgraciada ocasión de escuchar de ese que era su compañero para la vida. 
 
Hasta aquí tampoco nada nuevo ¿verdad? Aparentemente, nada nuevo. Sin embargo hay algo similar entre estos dos “políticos” (¡hay tanto intrusismo en esta profesión...!) y ese matrimonio roto por vete tu a saber qué. 
 
Porque seguimos esa escena en que la pareja anda ahí discutiendo, en el salón de su casa, por cualquier menudencia que ha colmado el vaso y que ha llevado a otras menudencias cada vez menos menudas. Lo vemos, como en una película en el cine; anónimos espectadores. Vemos como el objetivo, que encuadra a la pareja, se aleja lentamente. El campo de visión se amplía y aparecen en escena lámparas, muebles, llaves de un coche y otras chucherías por las que discutir. El encuadre se hace cada vez más amplio y al final, tras el quicio de una puerta, vemos aparecer algo distinto a todo lo demás. 
 
Allí, en el límite de la pantalla de nuestro cine imaginario se apoya contra la puerta el cuerpecito de una niña que escucha, atónita, discutir a sus padres por primera vez. Les ve sin ser vista, también casi anónima ella. Les escucha con dolor porque no discuten para arreglar el averiado invento de ese matrimonio. Discuten porque ni siquiera saben repartirse las migajas de ese invento que se rompió por falta de cuidados. 
 
Ya no vemos en nuestro cine imaginado a la niña. Ya no podía escuchar más. Ahora se va por el pasillo que está a media luz. Así no se ven dos o tres lágrimas que caen por sus mejillas. Ahora no sabe en qué pensar. No sabe qué hacer. Sólo se ocupan de sí mismos. 
 
Y esos otros, parapetados en ruedas de prensa y escaños del congreso, ponen de vuelta y media al que antes estaba en su lugar. Tienen que representar un papel que es el de oponerse al otro y literalmente lo hacen. Pero mientras practican este nefasto deporte, desde el quicio de la puerta del país una niña pequeña y asustada les mira, preguntándose por qué discuten por todo menos por ella. Por qué ni siquiera discuten ya sobre dónde estará mejor su niña. 
 
Esa niña un poco malcriada, un poco inocente que se llama España tiene por padres un par de tipos (o un par de docenas) que no quieren construir juntos. Que no quieren empezar de nuevo. Que hace tiempo se zambulleron en el cenagal de los insultos y ya no saben salir de ahí. 
 
Será un poco malcriada, será uno poco inocente. Pero si esa niña tuviera ante sí a unos papás con autoridad; con la que da el sufrimiento; Superar las dificultades aceptando el sufrimiento y no con la piel bronceada ante las cámaras de televisión. Si así fuera, esa niña pensaría “¡qué padres más majos tengo! Lo están pasando mal para que yo no lo pase demasiado mal. ¡Se preocupan por mi y me quieren!” 
 
Y es incluso posible que la niña, ya menos consentida e inocente, se acercara a sus padres y les preguntara “¿Qué os pasa? No estéis tristes. No necesito más cereales para desayunar.”

jueves, 19 de julio de 2012

Por una fresquilla madura


La cosa comenzó sin importancia. Una fruta demasiado madura. Un señor demasiado maduro. Igual: gases por doquier.
Pero nada, menuda mañanita llevo, tengo que estar aguantándome y otros pensamientos íntimos que Javier, el señor maduro, solo compartía consigo mismo. El caso es que esperanzado, ahuecaba los cachetes en cualquier descuidado y aquí paz y después gloria. Esto se pasa, quizá un arrocito. Y listo.
Sí, si. Listo estaba el señor Ataulfo, de nombre Javier. El señor maduro. Listo estaba si pensaba que eso en una mañanita se esfumaba.

Paso una tarde, paso una mañana; día segundo. Las flatulencias de inspector de hacienda, el señor Ataulfo de nombre de pila Javier, eran más y más elocuentes y dicharacheras a medida que nuestro querido señor maduro iba viéndose en situaciones más y más cercanas al resto de los presentes.
Por ejemplo en el ascensor del ministerio. Que en esa situación parece que te imaginas a tu compañero con corbata hasta en la playa y resulta que vas y ahuecas el cachete. Don Javier Ataulfo lo hizo y el espesor de su nausea, alcanzó cada rincón, cada botón cada techo, suelo y narices, gargantas que portaba el ascensor.
Resultado: deportado. Porque si lo haces con sigilo, todavía puedes salir airoso, si es que aire aún queda, del dramático ascensor. Pero flatulaba sonoro el caballero y en tan íntimo habitar nadie se puede escapar.
Pero bastó un dedo ágil que pulsó el botón más próximo. La puerta se abrió. Se abrió un tácito pasillo con Ataulfo al fondo y un paso, otro paso, tres cuatro sus pies se encontraban en espacioso rellano. Así terminó el asunto.

 Pasó una tarde, pasó una mañana; día tercero. Y vio Javier, hombre respetable, como en su casa querían hoy comer en la cocina y no en el salón y dijéronle a Javier. Anda cariño mira, empieza el telediario. Tu te quedas, que te gusta. Los niños y yo nos vamos a comer junto al fogón.
 ¿Que por qué? Ya lo sabréis. Porque el padre de familia, no posaba en el sillón todo el culo de una vez. Alternaba los cachetes, para hacer ventilación. Que en casa uno lo consiente. Pero cuando el aire falta, cuando el mareo se siente. Cuando hay gas, asfixia, llanto. Entonces hay que hacer algo. Hay que aislarle en su salón. Y el niño que sale y cierra. Come, se va a la plaza, ha quedado, y les dice a sus amigos: Con mi casa no contéis. Mi padre se tira pedos y los unta en el parquet. La consola que tenía, huele al pedo de anteayer. Los tebeos de mi tía, son la muestra de una traca y las bicis se pincharon con la Cosa de hoy mismito.
Y ahí dejamos a un crío que tenía admiración. Por su padre, por sus cosas. Ahora siente desazón. El sentimiento se ahoga entre tanto pim pam pom.

Pasó una tarde, pasó una mañana; día cuarto. Don Javier ya ha perdido su familia y su ascensor. Le quedan aún amigos. Cerveceros y dormidos, que le siguen su canción. Así que en el bar los haya. Estrecha sus manos. Pide botellines. Saca la baraja y comienza la fiesta. Están los cuatro en la mesa, hay partida. Y de los cuatro sentados uno se inclina, disimula. Pero se inclina, no creas. Y de su inclinación resulta un sonido acompañado de un gazpacho sublimado. Le increpan abiertamente. Le dicen que no hay derecho. El, que sufre de lo suyo, pide clemencia y auxilio. Pero casi sin notarlo escora hacia el otro lado suelta un bull dog gasificado y dice “yo ya he tirado”. Encima con guasa nos viene, dice el que sufre a su lado. Que se refiere a las cartas, pero creen que es demasiado.
El otro vuelca la mesa. Hay disputa y gran despeine. Acaban los platos rotos y los amigos desamigados.
Ataulfo, propulsado, sale del local mas bien cabizbajo. Quién le queda. Quién le quiere. Quién sin nariz suficiente, podrá estarse a su lado.

Paso una noche, pasó una mañana; el día quinto. Ya no hay sentido. ¿Qué hacer? Se pregunta don Javier. Resta gente con los dedos y se queda sin las manos. Nadie le queda en el mundo que comprenda su pesar. Que le pesan, no hay duda. El los tiene que soltar. Los odiaría sin miedo si el síndrome de Estocolmo no le viniera a visitar. Que en su soledad. Sólo él con su efervescencia, ama cada día más. Ama aún sin saberlo esa cosa que se cuela entre sus narices grandes. Ese unte, ese aroma. Ese recogimiento íntimo que uno puede disfrutar. Que nunca nadie lo admite, pero gusta de verdad.
Quiere decirlo en la red. Publica una página a la que llama el “Aroma de J. Ataulfo”. Cree que si hay tierra de por medio, que si el sitio es internet, nadie querrá desearle apartarse cuando ahueque.

Pasó una noche, pasó una mañana; día sexto. Y se levanta Javier de dormir en el somier de la pensión Doña Esther. Se lava un poco, se peina. Ya no es inspector de hacienda. Enciende el computador y ve en su contador mil visitas de una vez. Las lágrimas corren, tropiezan con su sonrisa. Está emocionado, tiembla. ¡Le quieren en internet! Le preguntan, le saludan. Le animan y le escriben. Piensa en montar una empresa de pedos bajo pedido. Tiene gracia hasta la idea. Pedos bajo pedido. Le suenan bien las palabras. Las cuelga en su nueva web.
Revientan el servidor las peticiones a Javier. Tiene que soltar sus gases y le pagan para oler. Tiene quincemil pedidos y los tiene que atender.

Pasó una tarde, pasó una mañana; el día séptimo.
Y quedaron concluidos para este día todos los pedidos. Javier, rendido y contento, vuelve a la misma pensión que ayer. Deja el portafolios. Duerme. Y sueña con el parné. Cuando despierta lo cuenta; Ha ganado lo de un mes.
Se imagina su futuro, tendrá pronto un aprendiz. Hay que satisfacer a todos y le falta tiempo y gas.
Pero le entra hambre y sale a una tienda a comer. Pide unas lonchas y pan. Un refresco y al hotel. Sentado en su cama traga el flatulante Javier.
Está contento. Sonríe. Entre sonrisa y sonrisa sale como una coz, un ruido. Es de Javier “el aireado”. Que aprovechando sus dones quiere diversificar el negocio del oler.

viernes, 18 de mayo de 2012

El momento más vulnerable

Somos fuertes. Somos empresarios, curritos, parados, labradores, filósofos, pescadores, pescaderos, directores de fondos monetarios internacionales, ladrones, temporeros de la uva, equilibristas, bachilleres, presos, pilotos de lineas comerciales, trashumantes, capitanes de barco o conductores de un John Deere. 
Pero llegan las diez, las once, la una de la noche. Y llega nuestro momento más vulnerable. El del sueño. El de la noche, para quien duerme de noche. 
Somos frágiles, pero no hay un momento en que seamos más frágiles que durante el sueño. 
¿En qué estado se sume uno cuando duerme? No se sabe con certeza. Pero uno no está del todo en este mundo. Está en el mundo pero ajeno a él. Por esta desnudez máxima a la que nos exponemos cada vez que logramos conciliar el sueño, tomamos medidas aquí y allá. 
Hay alarmas, hay candados. Hay llaves, puertas, rejas, cámaras. Pero nosotros seguimos durmiendo y si nuestro bunker falla, somos extremadamente vulnerables. 
En la otra vida, en la que vivimos despiertos durante las horas de luz, aparentamos una fortaleza que la noche nos desarma por completo. Por muchos cerrojos que cerremos, dormir es un acto de absoluta confianza en el mundo que nos rodea. Entregarse a la inconsciencia del sueño es un acto valiente. 

Y en muchas ocasiones, aunque no siempre sea así, compartimos con alguien esas horas de máxima debilidad. De indefensión absoluta. Alguien bajo nuestras mismas sábanas o alguien en el cuarto de al lado. Alguien a quien elegimos, alguien que nos elige, alguien que no elige estar con nosotros... 

Uno empieza esta vida generalmente de niño y poco a poco lo va dejando para hacerse adulto. Antes o después decide, adivina, intuye que debe buscar un nuevo lugar donde pasar la vulnerable noche. 
A partir de entonces, de esa primera noche nueva, debe volver a confiar en el mundo que le rodea porque aquel lugar dónde la noche era amable junto a sus papás ya ha sido superado. 
A partir de entonces su imaginación deberá tejer nuevas razones para entregarse a ese oscuro entorno que le rodea cada noche. Y escogerá también a alguien con quien pasar de la mano el momento más vulnerable.

domingo, 6 de mayo de 2012

Mondo y lirondo


Si lo curioso de todo esto es que no es una fábula, un cuento. Es que es algo que existe en la vasta planicie castellana. Existe. Un pueblo arrinconado entre las arrugas de la vejez de esa planicie. Pero a decir verdad el rincón es bonito. Debe ser esa imperfección que aporta belleza al conjunto o algo así. Que todo podía ser liso, cuadrado y de un solo color. Así sería perfecto pero no sé yo dónde estaría la belleza.

El caso es que por entre uno de esos dobleces de la vida estaba este pueblo. Minúsculo pueblo respirando difícilmente como un pececito cuando lo sacas de la pecera. Que sabes que es sólo un momento y lo vas a volver a meter pero el pobre pez respira intentando encontrar oxígeno en el aire de su alrededor, que lo hay pero no con lo burbujeante del agua. Bueno dejemos al pez. El pueblo así, como sin poder respirar bien, porque casi no hay quien se quede dentro de casa a las cuatro de la tarde. Por aquello de la solanera. Ni dentro ni fuera. Es que no hay nadie. Casi. Es como un hormiguero vacío. Como una casa cuando todos se han ido de vacaciones a la playa.

Pero aun quedan personajes. Que se diría que es como una representación teatral. Que nos hemos quedado sin presupuesto y hay que recortar un poquito el reparto. Eliminar personajes de la obra y que alguien haga de padre del duque y también de guardia del rey, de esos que no dicen nada en la obra pero que se llevan arrestado al hijo del pobre sastre que desea conquistar el corazón de la hija del duque; Rosalinda.

Pero dejemos el teatro. Aun hay vida en el pueblo. Y como tal es tan viva como cuando cientos de almas lo poblaban. Ahora, la verdad, cientos de almas lo pueblan. Pero imitan esa fea costumbre de las grandes ciudades y se han hacinado todas en el mismo lugar. El cementerio.

Y los que han decidido esperar para mudarse allí, son los que dan vida hoy al pueblo. Son los que, si, a las cuatro de la tarde de julio ni se asoman por la plaza porque están en su salita de estar reposando un poquito. O son los que se lanzan hasta la umbría del bar y se encaraman en la barra junto a una cervecita, un vino, un Trinaranjus, unas aceitunas. Y que así siempre encuentras a alguien y puedes continuar con otra cervecita, otro vino, otras aceitunas. Y si el crío se ha venido, otro Trinaranjus.

Son también los que por la mañana, con la fresca, si el día promete y no hay ganas de lluvia, se van ahí-en-eso, a donde tengan sembrados unos pocos tomates, unas cebollas, unas patatas. Que también hay que mimar a los tomates, vigilar el tallo de las cebollas y remover alguna patatica. Que siempre hay hierbajos que arrancar. Estúpidos intrusos que entretienen y pinchan y confunden.

Repasemos. Está... ¿por dónde empezamos? Antaño estaban las autoridades del pueblo. Cura, Alcalde y Guardia Civil. Luego estaban otras autoridades, digamos culturales. El maestro de escuela, la maestra, el tonto del pueblo, el rico del pueblo, el sacristán. Seguimos con los cargos mas populares. La fresca del pueblo, los quintos, los ancianos, los mozos, los monaguillos. En algunos lugares habría que sumar ese extraño personaje que vive un poco fuera del pueblo y sobre el que pesa un castigo de marginación. 

¿Lo ves? Demasiados personajes. Hay que reducir un poco. Creo que este es un libreto antiguo. Una obra clásica de esas que no había quién las representara porque no habría quien las viera.

Bien, pues empecemos por arriba. Por arriba de este pueblo está el señor alcalde. El alcalde de este pueblo no es como los demás. No lleva tirantes, ni barriga ni puro gastado en la comisura de los labios. Tu ves a la gente del pueblo un día cualquiera, por ejemplo a la salida de misa y por más que hagas fotos, no puedes saber quién es el señor alcalde. Va de incógnito. Pero ha reconstruido de nuevo el Ayuntamiento. Luce ahora banderas, tablón de anuncios y de nuevo, por las calles, hay carteles que anuncian disposiciones del consistorio. Lo que pasa es que no hay pregonero pero bueno. Él es el pregonero. Digamos que, se ha empeñado en echar de nuevo el pececito al agua, a que respire aliviado otra vez. Digamos que hace de alcalde. Que se ha estudiado bien el papel.

Atiende los jueves. Y lo que más atiende son solicitudes de licencias de obras para casas de domingueros. Pero todo se andará.

Y tiene un firme empeño, aparte de resucitar al pueblo. Dejarlo todo mondo y lirondo. Por eso existe una concejalía especial, administrada por el concejal de Mondos. Si, si. Concejalía de Mondos, lirondos y caminos. Ardua tarea la suya. Devolver a la tierra su juventud. Hacerle un tratamiento antiedead, de esos que anuncian en la tele. Que todo quede liso, con lineas armoniosas. Que los árboles obedezcan al camino y lo custodien marcialmente. Que no dejen caer sus hojas al capricho del viento. ¡Y que el viento no tenga tantos caprichos! Que los arbustos no tengan afán ni ambición y ninguno quiera ser más alto que otro. Que las piedras, en su quietud, en su meditada dureza, no acampen por los baldíos a su antojo. Que entiendan de aritmética, de proporciones, de perspectiva. 

Que el agua corra, abunde si quiere. Pero que en su carrera no arrastre con falsas esperanzas a esos ilusos granitos de arena. A esas hojas secas, cansadas. A esos animalillos que dejaron de vivir a sus orillas.

En una palabra. Que todo esté mondo. Que así quede, se mantenga y prospere.
Más que la repoblación, el agua o la concentración, el concejal de mondos ha de velar por la integridad del paisaje. Por el equilibrio del ritmo de la naturaleza en el término municipal de su amada aldea...

viernes, 27 de abril de 2012

Último domingo de adviento de 1511; Isla de La Española


MONUMENTO A MONTESINOS. SANTO DOMINGO. DETALLE.
Allí subió al púlpito el más joven de su comunidad, el dominico Antonio, a leer el sermón del domingo. Acababa de proclamarse el evangelio. La Iglesia llena de fieles, Colón junior en las primeras filas. Otros encomendadores y autoridades de la colonia, allí presentes. Los dominicos, llegados apenas hacía un año, habían ya observado, rezado y meditado lo que desde aquel altar iban ahora a decir, para escándalo de los congregados.

Y Fray Antonio comenzó su exégesis del evangelio que acababan de escuchar; Voz que clama en el desierto, preparad el camino al Señor...

«Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír». «Esta voz [os dice] que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo».

Dicho esto hubo toses, culos incómodos en sus asientos y malas pulgas por las telas de tan coloniales sayas.

Le estaban diciendo a todo un conde, al virrey, a un duque, a un sastre, a un algodonero, que esos animales que andaban por ahí extrayendo oro y otras menudencias tenían alma. Semejante disparate solo podía salir de la boca de un cura. Ya se sabe, los curas.

Habría que hablar con los muy católicos Ysabel y Fernando. Poner las cosas en su sitio y que los dominicos se fueran por donde habían venido.

Cómo continuó esta historia, podéis buscarlo en las crónicas de Fray Bartolomé y en los libros que hablan de la escuela de Salamanca. Afortunadamente los dominicos se quedaron en La Española.

Han pasado 501 años, que total no es nada, y aparecen por todas partes pollos que vuelven a decir cosas parecidas a las barbaridades que decían y hacían aquellos conquistadores. Que dudaban de si a un natural de las Antillas le dolía el píloro cuando no tenía que comer y había trabajado de más en la mina.

No tengo la autoridad que Fray Antonio Montesinos se ganó a base de exponer su vida para denunciar el sufrimiento de su vecino.

No la tengo, pero me da un poco de vergüenza vivir en una tierra que no es tierra de acogida. Vivir en una tierra no es tierra de fraternidad. Que ha hastiado todo lo que tenía a base de borracheras de poder. Y ahora que ya no le dan más crédito para el poder ni para las borracheras, ahora, le dan a la rueda de hacer Reales-decretos-leyes y detestan así a gente “irregular” sólo para menguar la cuenta de gastos, que se hace insoportable, después de haber malcriado a su población, con infinidad de deseos “convertidos” en derechos.

Tanto cansarse Fray Antonio y sus hermanos en la fe gritando que aquellos también tenían alma, para encontrarse que es aquí donde unos cuantos pollos gobernantes se empeñan en tener más plumas que alma, con tal de que nos quedemos como estábamos.

viernes, 30 de marzo de 2012

Un viaje contra el tiempo


Era verano. El penúltimo verano del siglo. Recuerdo que debía haber comenzado ya agosto cuando el motor Diesel de la que esos días sería nuestro coche-cama, arrancó rompiendo el silencio de una mañana de inmediato calurosa en la sierra Segoviana.
Cinco expedicionarios componían el grupo. Objetivo; alcanzar la linea 0 de un acontecimiento que la hemeroteca conserva para las generaciones venideras. El Eclipse total de Sol del 11 de agosto de 1999.
Por qué el camino nos condujo hasta Santiago, eso no lo recuerdo bien. Pero era año santo y tal vez eso nos atrajo hasta el “campo de estrellas” antes de emprender viaje hasta más allá de la ciudad de París. La linea 0 cruzaba de sureste a noroeste Europa y la ciudad de Reims estaba justo enclavada en esa linea.
Como cita la wiki “La zona de penumbra fue desde el Este americano hasta Asia central, la banda de sombra total, se vio sobre las 11 h UTC en Terra Nova, Cornualles, el Condado de Devon, el norte de Francia, el sur de Bélgica, Luxemburgo, el sur de Alemania, Austria, Hungría, el norte de Serbia, Bulgaria, el Mar Negro, Turquía, Irán, el sur de Pakistán, India hasta el Golfo de Bengala.”
Así, la costa cantábrica nos vio remontar el Camino de Santiago, sintiendo la extraña sensación de despreciar el cansancio de los miles de peregrinos a los que saludábamos desde la ventanilla. Pasando la noche en el alto del Naranço (quiénes lo conozcan sabrán lo enojoso del asunto) Despertando el día en medio de un mercadillo o descubriendo la playa de Zumaia.
Y llegamos a la frontera. En San Sebastián, justo antes de cruzar la linea, uno de nosotros terminó su viaje y volvió al centro de la península. Solo los años le dirían que los exámenes de septiembre no son razón suficiente para dejar a medias un viaje contra el tiempo...
E igualmente contra el tiempo cruzamos tierras galas hasta llegar al departamento de Ille de France. Llegar, ojear un poco esa ciudad a la que llaman París y continuar camino hasta perdernos en una lengua extraña entonces para nosotros. Un idioma que a nuestro entender se merendaba la mitad de las letras de cada palabra y a las que no se comía les daba de comer patatas cocidas o algo así y entonces se ponían gordas.
Algo impronunciable se escondía detrás de la sencilla palabra que nombra a la ciudad de Reims.
Así que dando vueltas por la Champaña creíamos que después constatar que no habría aventureros tan fugaces como nosotros, íbamos a llegar tarde a esa cita con la noche a medio día.
Por fin a eso de las 10 de la mañana rondábamos las calles de la ciudad, que se había vestido de largo para cuando el cielo se escondiera tras las estrellas.
Frente a la catedral de Nuestra Señora de Reims, una cantante de ópera esperaba a la oscuridad.
Y de pronto, sin que nada sugiriese que podía ocurrir, en pleno día anocheció. Ante nuestros ojos, como si estuviera previsto las farolas, los escaparates, se encendieron para iluminar como cada noche. Las palomas buscaban su dormitorio. El viento, desprevenido corría a su lugar para que hubiera atardecer, pero ya era noche cerrada. Se prendieron las estrellas, la opereta cantaba, cayó la temperatura... Y este párrafo solo se puede cerrar diciendo que el velo del templo se rasgó en dos.


Fue un viaje curioso. Fugaz, como las estrellas. Fugaz, como el eclipse. Fugaz, como el cuentakilómetros.
Al día siguiente la noche, la de verdad, nos esperaba en nuestro final del viaje; el que había sido nuestro principio.
Junto a la furgoneta que nos había dado cobijo esos días fugaces de aventura, sobre la arena del suelo nos dormimos. Al despertar esa mañana volvimos de nuevo a los días que tienen veinticuatro horas. Volvió el tiempo a ser el que era.

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Para quién fueron escritas?

A eso de caer y volver a levantarte,
 de fracasar y volver a comenzar,
 de seguir un camino y tener que torcerlo,
 a eso, no lo llames adversidad,
 llámalo Sabiduría.
 
A eso de estar triste y saberte impotente,
 de fijarte una meta y tener que seguir otra,
 de huir de una prueba y tener que encararla,
 de planear un vuelo y tener que recortarlo,
 de aspirar y no poder
 de querer y no saber
 de avanzar y no llegar,
 a eso, no lo llames castigo,
 llámalo Enseñanza.

A eso de pasar días radiantes,
 días felices y días tristes,
 días de soledad y días de compañía,
 a eso, no lo llames rutina
 llámalo Experiencia.

A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan
 y tu cerebro funcione y tus manos trabajen
 y tu alma irradie y tu sensibilidad sienta,
 y tu corazón ame,
 a eso, no lo llames poder humano,
 llámalo Milagro.

                  -  Ana María Glower

Cayeron esta mañana en mis manos estas palabras. Juan las recitó y los demás escuchábamos.

Para quién fueron escritas, no lo sé. Me sentiría honradísimo con que la señora Glower tuviera la amabilidad de darnos esa respuesta. Estoy seguro, no obstante, de que ella las escribió para alguien pero también para cualquiera que las escuchara. No que las oyera sino que las escuchara.

Y al oírlas salir de la boca de Juan y mientras hacía por entender el significado de cada palabra, aparecían en mi mente las caras de personas que querría que las escucharan. Con todos los sentidos. Por eso aquí os las dejo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Cambiar el mundo


Después de comer, y después de cerrar los ojos un poquito en esta tarde de domingo, a comenzado en la tele una peli. Una de tantas que comienzan a mediodía y que, muy, muy buena tiene que ser para soportarla a pesar de las innumerables interrupciones para darnos a los telespectadores unos “consejos publicitarios”. A mediodía es peligroso ver una película un domingo porque puede que esté basada en hechos reales y entonces, ya no hay nada que hacer. Deberías dejar de verla inmediatamente en cuanto una voz masculina, seria y potente enuncia el título, pero no puedes. Te quedas enganchado ahí a tirar por la borda una dorada tarde de domingo.

Pero esto es algo de lo que podemos hablar en otra ocasión.

En esta ocasión hablo de una película que no te hace perder el tiempo, sino más bien al contrario. Habría sido mejor verla en el cine, en pantalla grande, palomitas grandes y un sonido espectacular. Pero más vale tarde que nunca.

Después de verla he pensado, una vez más, en la posibilidad de cambiar el mundo.

Cambiar el mundo. Es una expresión tan tremendamente usada y grande, que da un poco de pereza sólo escucharla.

Me he puesto a echar cuentas. La tierra tiene algo más de 510 millones de kilómetros cuadrados. Afortunadamente solo 148 millones de kilómetros son de tierra. El resto es agua y no hago pie casi en ningún sitio, así que me limitaré a conocer solo la tierra.

Yo, que soy ahora joven y buen mozo -que diría mi abuela q.e.p.d.- podría andar diariamente unos 30 kilómetros si me pongo un poquito en forma. Pongamos que tengo quince años -cosa que no es cierta- y que mañana lunes comienzo mi camino por el mundo. Podría recorrer esa distancia diaria y hacerlo hasta los sesenta y cinco. Voy a darme cinco días libres al año. Para contemplar el paisaje, celebrar la Pascua, coger algún resfriado y renovar el carné de identidad.

Como voy a ponerme en marcha mañana por la mañana, con la fresca, creo que el 27 de febrero del año de nuestro señor 2062 habré recorrido, si no hay contratiempos, aproximadamente 540.000 kilómetros (¡ojo! lineales, no cuadrados).

Una vez haya concluido mi paseo por el mundo habré recorrido el 0,36 % de la superficie terrestre. Esto haciendo la loca concesión de que fuera lo mismo un kilómetro cuadrado que uno longitudinal.

Y os adelanto que con tan solo 260 personas con la misma disposición que yo -es decir, dedicar cincuenta años de su vida a andar sin pasar dos veces por el mismo lugar- nos repartiéramos el mundo, conseguiríamos recorrerlo por completo. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida media mundial actual es de setenta y ocho años, tendríamos aún unos trece años para que cada uno compartiera lo que ha visto en sus kilómetros recorridos y empezáramos a planificar, desde ahí, cómo cambiar el mundo.

Si ninguno de los 260 exploradores morimos antes de lo previsto, para el año 2075 tendremos listo un informe completo de como está el mundo, para iniciar actuaciones de cambio. Pero vamos a ser optimistas y conceder que hay grandes superficies de terreno que no necesitan cambio, pues son lugares en los que no habita el ser humano y están bien como están. Así que calculo que podríamos adelantar el final de nuestro informe para el año 2071. A partir de ahí deberíamos pensar en nombrar a un equipo de especialistas que, basándose en nuestro informe, comenzara la elaboración de actuaciones concretas para lograr cambiar el mundo.

Haciendo una aproximación creo que este equipo de especialistas necesitaría al menos veinte años para llevar a cabo la planificación completa del proyecto de su parcela concreta (de unos 540.000 km2) Así que para el año 2091 podríamos comenzar a ejecutar los proyectos, que al estar pensados para una extensión de terreno bastante considerable, serían proyectos que requerirán al menos treinta años para su implantación y otros 30 para su consolidación.

Así que con todas estas cifras, el glorioso año de 2151, habremos cambiado el mundo. Eso despreciando la pequeña posibilidad de que entre el año 2012 y el 2151 cambie algo en el mundo, y si no surge por ahí ningún contratiempo.

¿Qué os parece mi plan? No se. Pensadlo. A lo mejor se puede. ¿No?

Ya me contaréis. De momento, para que os sirva de inspiración otra idea, os recomiendo esa película de la que hablo y que hoy me ha hecho pensar en cambiar el mundo...

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Para cuándo el siguiente?

Preguntóme un anónimo internauta. Refiriéndose, supongo, a cuándo yo complacería a mi extensa feligresía, con una nueva entrada en este inopinado blog.
 Y aquí está. Ya existe. Ya tenemos. Hoy sale fresca y gratuita, la nueva entrada que alguien (“alguien”, pues se anonimó por voluntad propia) estaba esperando.

Desde aquel fatídico veintiocho de octubre en que publiqué por última vez en este mismo lugar (por eso lo califico de fatídico) ha habido entre las teclas y yo un extraño desencuentro. Así que hasta esta otra orilla -la de este día glorioso, en que vuelvo- me han traído las olas, las mareas de mi vida.

Pensaréis, estimados contertulios, que la desgana, la falta de fuerza de voluntad o la extinción de mis musas, me han impedido acercarme aquí a dejar siquiera unas gotas de mi vida. Pero nada más lejos. Cada día -casi cada día- lamentaba no volver por fin a estas letras que son para mi como Ítaca para Odiseo. (léanlo, es muy bonito)

Y es que en este “ratito” que no he podido dedicar mi tiempo a escribir, ha sido un ratito de grandes, grandes novedades. Y todas esas novedades -todas esas aventuras- han sido las que me han llevado por los mares de un descubrimiento en otro. Esas aventuras son cosas que algunos de los que leen sabrán. Pero como no soy amigo de hacer aquí un “querido diario”, esas cosas me las quedo para la vida de carne y hueso.

Pero ha habido otras cosas, que son de todos. Que en mi país ha habido un cambio de (Des)gobierno. Al día siguiente de que se hiciera realidad, quise contaros algo... que el tiempo ha vaciado de frescura.

También para todos ha muerto en estos meses gente de esa que al volver al polvo nos deja un poco como una sensación de orfandad, rara de sentir. Piensen, piensen en estos últimos meses como ha habido algo de eso. Siempre lo hay.

Y hemos empezado de nuevo un año. Uno que, dicen los que dicen que saben, va a ser tan flaco como el anterior. Económicamente flaco, digo. Pero bueno, y ya para acabar, digo yo que no estará de más quitarnos esas lorzas que nos sobran si alguien (los del sur) que está aún más y más flaco que nosotros los del norte entra un poquito en carnes, que no estaría mal.