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lunes, 24 de octubre de 2011

Seres picantes (estupidez [que quiere ser] rimante)


Ha se colado en la casa
en nuestra alcoba, un mosquito.
Era el de hoy. Le tocaba.
Hacen guardia en nuestro techo, de uno en uno; al acecho.
Y saben que volveremos. Nos han visto ¡han de saberlo!
A mi no me quieren, claro. Y a mi esposa la persiguen.
Y yo le digo al de turno ¡Vete, vuela hacia el pasillo!
¡Escapa! ¡Mira fuera, mira eso!
¡Sal, vamos, vete de aquí! ¡Hazme caso, se sensato!
Y se lo vuelvo a decir.
Y el lenguaje de esta vez
es la manga del pijama
es el foulard de mi amada
es la suela del zapato.
Es un cojín, es mi brazo.

Hay ventaja en esta caza, que cuando pacen así
por su techo agarrados,
en este estado ya tienen colmadita la barriga [vamos a decir barriga].
Y la panza ya les pesa, no se pueden ni mover.
Y mi lento calcetín consigue darles alcance
pasar por garrote vil a quien ha usurpado sangre
de mi casa desde ayer.
Lo peor es cuando en lucha,
desarmado y desalmado
recurro ya al cuerpo a cuerpo
y venzo a ser tan malvado;
pongo un dedo sobre él
le consigo aniquilar
y ahora tengo su botín mancillando mi pulgar.
Confío en que es de mi esposa
porque si pienso otra cosa,
si me figuro la sangre de cualquier vecino o gato
me dan un poco al momento, los siete males, que duran,
hasta llegar al lavabo.
Hasta que no es mancha la mancha, es corriente en el desagüe.
Y ya solo queda mancha de cadáver sobre el yeso.
Que nuestro techo conserva como recuerdo tunante
las huellas de sus cuerpitos.
Las alas de sus cinturas.
Mientras repite mi amada
¡hay, ahí, querido mio, que me mira ese mosquito!

Hablar debemos de ella, que sufre sobre su piel
las marcas que poco a poco la disfrazan de grosella.
Su sangre a de ser más dulce; lo comprendo, la verdad.
Entiendo que yo no guste a un mosquito de su edad.
Y pues tienen que afilar más la punta de su hocico
y así poder acercarse a mis venas a chupar.

Pero yo ante cada uno, cuando ya voy a matarle,
mirando a los ojos digo;
¡dile a todos tus amigos!
¡hazles saber a los tuyos,
que aquí solo una sangre
habrá que no os cueste vidas
y es mi jugo si queréis, el que habéis de succionar!
Pero acto seguido golpeo y supongo que así el reo
no tiene tiempo ni suelto para un telegrama breve,
que vaya a decirles ¡viva! ¡que me entrego! ¡Que soy suyo!
Que yo no quiero matarles.
Que lo mio no es la guerra.
Pero si zumban junto al oído de mi esposa y a las tantas
no les extrañe que el guante les aplaste todo el ser.
Que me tome la justicia
que no les conceda juez.
Una y otra vez repito que no piquen otra vez
si de nuevo y desoyendo
harán huella en mi mujer.

Con esta idea me acuesto.
Me entrego al sueño, me duermo.
E imagino que uno de ellos entra por la puerta y dice
con su permiso, y que llega
y comenta de buen grado que si de nos habrá buen caldo.
Y que pregunta, que observa
y si no nos ve dispuestos, va se de nuevo, no espera.

Sueño un mosquito educado
sueño un animal volando
que nos deja su tarjeta y se va para otro lado.
¡Y despierto!
¡Y me enderezo!
Y una vez más es a ella
el rostro de mi grosella
¡que me dice que he soñado!

2 comentarios:

  1. me encanta, nadie como tu es capaz de contar así como le ha picado un mosquito, espero que te piquen muchos mas "mosquitos" y que nos lo cuentes, estaré atento, gracias.

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    1. Bueno, bueno, bueno ¡Exageraó! No paro de imaginarme (y no sólo) al pobre mosquito. Que no me oiga, porque hasta me da pena...se merece vivir.

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