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domingo, 9 de octubre de 2011

El Infeccioso Gárgolas, cuento (parte II de II)


Montse debe ser la única de todo el personal del hospital que llama al infeccioso Gárgolas por su nombre. Montse es maja. Tendrá sus veintipocos. No la miran bien en admisión por que sus compañeras tienen entorno a los cincuenta y pocos. Lo cual deja poco margen al “pocos”, pero bueno. El caso es que Montse no tiene nada que envidiar a sus compañeras. Quizá por eso y por lo que sus compañeras sí envidian de ella, es por lo que Montse se encuentra incómoda en admisión. Agustín hace lo posible para que pase a la cuarta planta. Pero de manera ordenada, legal. Honesta. Que no haya que tener cuentas pendientes con nadie. Así que Montse le llama Agustín. Como esa mañana, a las 10:52, ya. Y su brazo se extendió, conteniendo su mano un sobre americano. Limpio, cerrado, comprado seguramente en cualquier papelería. Con letras muy pequeñas en la solapa, escritas a bolígrafo leyó “Dr. Agustín Gárgolas”. Y eso es todo.
Una persona como el infeccioso Gárgolas recoge el sobre, sonríe a Montse, sigue su camino y le pide a Jesús un café con leche y tres churros. Y dos sobres de azúcar, por favor. Así que Montse atendió ese teléfono que aun seguía sonando, Jesús cargó el porta con café y calentó la leche e infeccioso Gárgolas se acomodó en uno de los taburetes de la barra.
¿Por qué una persona como él, sin cuentas pendientes con nadie, recibe un sobre como aquel? Anónimo, extraño. Pero una persona como él, repasa con detenimiento los últimos acontecimientos de su vida y después rasga los dos sobres de azúcar al mismo tiempo y los vacía en el café.
Sus amigos, como hemos dicho al principio, se cuentan con los dedos de una mano incluso si tuvieron que amputarte dos por algún accidente laboral de los muchos que se ven en trauma.
Pelayo tiene treinta y nueve años y sólo hace unos pocos años que conoció al infeccioso Gárgolas. Es uno de sus tres amigos. El pelo de Pelayo es cuidado pero no muy corto. Tiene patillas anchas y camisas de manga larga arremangadas hasta la mitad del brazo. Calza náuticos y usa pantalones de pinzas. Se conocieron en la cafetería de este hospital. Pelayo respeta tremendamente al infeccioso Gárgolas desde la conversación del primer día. Todo porque pidieron una de churros casi al mismo tiempo y Jesús les dijo que solo quedaba una ración. Que o la compartían o alguien se quedaba sin ellos. Así que churro y medio para cada uno. Y Pelayo es odontólogo pero está ahí porque su madre se está muriendo y al final la Seguridad Social es lo mejor y ha decidido que para qué está el dinero.
Así que ¿Qué sentido tiene que Pelayo le dejara ese sobre?
Sin embargo su tocayo Agustín. Agustín Contreras, es como más de andar por casa. Hace por lo menos quince años que no se ven. Agustín es comercial de una industria farmacéutica y se hicieron amigos el día que el infeccioso Gárgolas le echo de su despacho. Este es el amigo que le ignora. No le llama, no le felicita la navidad, no le pregunta. Pero cada cierto tiempo aparece alguien por el hospital que pregunta por el doctor Agustín Gárgolas y que dice que va de parte del señor Contreras y que es muy amigo del doctor y que le manda saludos. Agustín nunca lo entiende muy bien. Pero ¿por qué iba a enviarle él ese sobre?
Sacristán. Seguro que ha sido Antonio Sacristán. El muy cabrón. Infeccioso Gárgolas va por su tercer y último churro. Va a terminar y aun no ha abierto el sobre. Prefiere hacer primero todas estas conjeturas y luego, con su abrecartas de hueso, en la tranquilidad de su despacho, ya lo abrirá.
Antonio Sacristán fue compañero de clase del infeccioso Gárgolas desde bachillerato. Y como los dos fueron a curso por año hasta quinto de carrera y ambos habían hecho medicina, Antonio había sido su compañero de clase hasta los veinticuatro años. Era un hombre alto. Metro ochenta. Nunca jamás nadie podría haber dicho que le hubiera visto con barba de más de un día. Ni en las guardias de los primeros años. Vestía camisa de manga corta siempre y lo que cambiaba era llevar su cazadora o no, según la estación. Era muy austero. De manera inversamente proporcional a su esposa.
Antonio Sacristán decidió ahorrar. Estaba un poco harto de que tanta austeridad no sirviera para nada. El infeccioso Gárgolas le comprendía, le apoyaba y le ayudaba siempre que podía. Así que preparó una dosis que acabó con la esposa de Antonio en cuestión de un mes y sin que faltara de la farmacia de este hospital ni un mililitro de fármaco. Que no quería tener cuentas con nadie.
A lo mejor sí iba a ser Antonio el del sobre.
Las veinte pesetas que le quedaban en el bolsillo de la bata sonaban, cada una de las cuatro monedas, con cada paso por el pasillo de la cuarta planta. El infeccioso Gárgolas llegó a la puerta de su despacho. Sacó la llave, abrió y entró dentro.
El despacho del infeccioso Gárgolas le habría gustado a Antonio Sacristán. Hay una mesa, amplia eso sí, una librería sin un solo libro, un par de archivos junto a la puerta y un barco dentro de una botella sobre los archivos.
Nada más. El título de doctor lo tiene, en una fotocopia, en una de las carpetas de uno de los archivos. Y unas gafas de repuesto en el segundo cajón de su mesa, eso sí. Y la mesa llena de papeles. Con su orden, pero llena.
Así que se sentó en la silla, dejó el sobre en la mesa y abrió el primer cajón. Allí una lupa, una grapadora, un par de lápices y el abre cartas de hueso iban y venían cada vez que se abría o cerraba.
Abrió el sobre. Contenía varias hojas. Cinco, contó. Una era manuscrita. Las otras cuatro eran una fotocopia. La hoja manuscrita, la reconoció enseguida, era tal y como había supuesto, de su colega y amigo Antonio Sacristán. Las otras cuatro eran la copia del auto de la sala número 6 de lo penal de la audiencia provincial, en el que constaba que el infeccioso Gárgolas y Antonio Sacristán estaban imputados como presuntos autor y cómplice del homicidio de doña Luisa Germán Santos. Esposa de Antonio. El auto se había servido, además de las pruebas, de la declaración del señor Sacristán.

Querido Agustín –decía la carta- te envío esto, que ya te lo mandarán también a ti desde el juzgado, para que no te pille por sorpresa. Ya sabes que nunca he sido muy partidario de las mentiras y de andar ocultando cosas. Por eso les he contado lo que hicimos según me lo han preguntado. ¿Qué yo te lo pedí y que me creo el único responsable? Pues ya sabes que si. De eso no tengas duda. Que para mi tu no tienes ninguna cuenta conmigo. Si acaso yo la tengo contigo. Pero sabes que a estos del juzgado eso no les importa nada. Si tu y yo hemos llegado a un acuerdo entre caballeros, a ellos les da igual.
¿Ya has hecho cálculos de cuantos años vas a ir a la cárcel? Yo estoy encantado, oye. Que a mi la casa se me caía encima de tanto no salir más que al trabajo y vuelta a casa. Pero bueno tú estás acompañado en tu casa. Tu estarás más a gusto ¿verdad que sí? Hombre, lo que si he pensado es decirle al juez si por lo menos pueden enviarnos a la misma prisión. Que parece que así estamos más entretenidos.
Pues nada más. Dile a Elvirita que se cuide. Me gustaría verla antes de irnos. Pero si no, pues se lo dices de mi parte.
Oye que aquí estoy para lo que quieras. Como siempre.
Antonio María Sacristán Sacristán.

FIN

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